lunes, 21 de diciembre de 2009

Sentir

El fin de semana pasado tuve una experiencia que podría calificar como "reveladora". Conocí a Fernando Noailles, entrenador emocional y susurrador de caballos. Se dedica a domar caballos salvajes mediante un método indígena, con el cual el ser humano conecta con el caballo a través de su propia energía vital, sin necesidad de someterlo violentamente.

Al llegar a la finca donde se realizaba la jornada, conocí a Fernando. Apenas estaba bajando del coche cuando encontré su mirada penetrante, auténtica, curiosa. Fue entonces cuando le di la mano y comprendí que ese día sería muy especial para mí.

En una primera charla, Fernando nos contó que los caballos son seres gregarios capaces tanto de reconocer su talento dentro del grupo como el de los demás, respetando las jerarquías. El caballo es un ser puramente emocional, vive el presente, aquí y ahora, sin preocupaciones por el futuro ni pesares por el pasado. Tenemos mucho que aprender de los seres de la naturaleza.

Más tarde, realizamos la actividad estrella con la figura protagonista del día: Madrid, un caballo negro precioso. Fernando nos explicó que los caballos no piensan, sólo sienten, actúan. Ellos pueden "vibrar" según lo hacemos nosotros. Captan nuestra energía, nuestra intención. Sus parámetros únicamente se mueven en términos de "me gusta" o "no me gusta". No buscan excusas, ni justificaciones. Sienten, fluyen.

Debo reconocer que sentía una cierta "intriga" por experimentar todo aquello, una aceleración en mi corazón me indicaba que aquella experiencia me impactaría. Cuando al fin llegó mi turno, me notaba tenso. Fernando me dio indicaciones para ir relajándome, y entonces comencé a tumbarme sobre Madrid. En ese momento un montón de sensaciones vinieron a mi mente: su respiración, sus temblores, su suave tacto, el latido de su corazón...Pero no se trataba de analizar, ni de pensar, sino de SENTIR. Fernando continuaba dándome instrucciones: él sabía lo que yo estaba sintiendo, porque Madrid se lo estaba diciendo. Los caballos hablan, sólo que no todo el mundo entiende su lenguaje. Después de un tiempo de relajación, finalmente, lo conseguí. Entré en un estado imposible de describir con palabras. Definirlo sería ponerle fin, y no lo tuvo. Yo no estaba allí. Ya no estaba mi cuerpo, ni el latido de Madrid, ni la voz de Fernando...había conectado conmigo mismo. Increíble. Seguramente esto debía ser lo más cercano al Nirvana...

Siempre recordaré ese día como el día en el que me "reencontré", el día en el que me vi a mí mismo en mucho tiempo, reflejado en la mirada de un caballo. Me llevo su enseñanza de SENTIR más y pensar menos. Vivir más en el aquí y ahora.

Ocuparse de lo importante,
y dejarse fluir.
Gracias, Fernando...
y gracias, Madrid.






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